Cuando en los Setente pintò “El Macuto” (El bruto), Oswaldo Guayasamin concretizò sobre tela su imà gen visionaria. Habìa previsto, bajo el fuego de los malos presagios que pueblaban la América Latina de ese entonces, el ùltimo caudillo populista amenazando el futuro de su pueblo, un hombre “que habrìa provocado conflictos internacionales y se habrìa quedado mà s de una decada al poder”.
Treinta y cinco años màs tarde, es curioso darse cuenta de como el arte siga siendo la vanguardia de la humanidad en el perseguimiento de su propio futuro, mostrando mucha màs fantasìa que la realidad misma. Un venezolano, frente a El Macuto, no puede hacer màs que esperar de hallarse en frente a otro retrato de Dorian Gray.
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