Fuera del (primer) mundo

31 Mag

Reflexionando sobre el concepto de «casas», pasadas y presentes, llega uno a observar situaciones bastante controversiales, sobretodo cuando los contrastes son tan evidentes como los prejuicios y las situaciones reales, paradójicas.

El tema es que me mudé. Ya no habito una casita en la playa del Océano Atlántico, corregimiento de Salgar, municipalidad de Puerto Colombia, sino que estoy de vuelta en el punto de encuentro entre Alpes y Apeninos, en un punto cualquiera de las montañas de la vieja Italia, donde nací. Aunque las diferencias puedan parecer infinitas, estaba en esto de concentrarme en focalizar las similitudes, en una clase de ejercicio de estudio de una imaginaria «sociología de los pueblitos», cuando algo que ni yo podía creerme me hizo dejar el trabajo para obligarme a otra reflexión, esta vez, en torno a la geopolítica y las comunicaciones.

Y me doy cuenta, ahora, de cómo estaba demasiado bien acostumbrado en mi casita sin vidrios en las ventanas, allá fuera de los mapas. Es verdad que tenía que barrer el piso cada vez que regresaba en la noche para sacarle toda la arena a mi casita. Se apagaba la luz de la cocina cada vez que se prendía en automático la nevera —qué se puede hacer. Hasta tuve que compartir varias veces mi comida con toda clase de insectos y animalitos que se salían por quién sabe dónde al mínimo descuido. Así es el Trópico.

Pero no es poca cosa para un viajero posmoderno e hipócrita, constantemente apegado a lo que deja atrás a través de la web. Allá, en mi casa de Salgar, sí tenía internet. Algo que en la municipalidad de Viola, al norte de Italia, plena Unión Europea, parece inalcanzable.

¿Razones económicas? ¿Políticas? ¿Descuido? Quién sabe. Todo y nada, según parece. Me comenta un amigo profesor que la compañía telefónica decidió llevar el cable solamente hasta el valle, olvidándose de quien vive unos cuantos kilómetros más arriba. Pero la realidad es que el queridísimo Berlusconi —que, como se sabe, fundó su imperio sobre la trash-tv comercial— hace todo lo posible para frenar la evolución de internet y seguir así en la era primordial de la «caja mágica— que, dicho sea de paso, en Italia acaba de volverse digital (¿el proveedor único de los aparatos de conversión? Paolo Berlusconi. Hermano de su Majestad).

El resultado es que la conclusión de cualquier análisis de observación sigue siendo la misma: «primer» y «tercer» mundo son conceptos arbitrarios y bastante antipáticos; cada vez más. Si el acceso a internet ha llegado a ser una discriminante fundamental en la evaluación del nivel de desarrollo de un país, deben saber que en Italia el 12 por ciento de la población sigue viviendo forzosamente desconectada del mundo.

Y es que en mi casita de Salgar, entre arena y la mala electricidad, las cucarachas y ventanas sin vidrios, hallé finalmente el progreso en la forma del wireless.

(Articulo aparecido en el BlueMonk).

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Diary of a Baltic Man

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