Caminà bamos por una lìnea de asfalto negro, serpiente entre las montañas del Norte. Arena y desierto entre nosotros el pasado y cualquier futuro posible. Los kilometros entre nosotros y la capital tenìan tres cifras por lo menos; ya no se contaban. Una casa escondida entre piedras y cactus, y un hombre con ojos de hielo detrà s de la puerta, “los amigos de la noche son amigos mios”, dijo.
Sacò una guitarra y empezò a cantar. Era boliviano, pero en aquel entonces era sobretodo una voz, y no era nada màs que su voz, entidad llena y cargada de nostalgia misteriosa.
Cantò una hora o toda una noche, y eran historias de montañas y asfalto y polvo y desierto y noche y nosotros y todo.
Historias que todavia siguen, que se repiten en la obscuridad del cotidiano.
Y nosotros continuamos a caminar, detràs de otras voces y nuevos desiertos.