Archive for aprile, 2010

…y la movilidad???


21 Apr

Economía. Seguridad. Educación. Muy bien todo, las propuestas de los candidatos en los varios debates presidenciales giran alrededor de estos tres importantes temas, aunque tocará esperar hasta después de las elecciones para ver hasta dónde se cumplen sus promesas. Sin embargo, hay otros problemas para solucionar en esta Colombia “después de Uribe”, cuestiones para nada secundarias – no tendrían por qué serlo – en la lucha hacia una dignidad nacional.

La movilidad es uno de estos. En un mundo donde hasta un rollo de papel higiénico puede transitar tranquilo sobre los cinco continentes, un estudiante colombiano sigue siendo considerado a la altura de un peligroso criminal en las embajadas de Bogotá, y se le pide visas y papeles imposibles de sacar también cuando existe una carta de invitación por parte de una universidad extranjera. Hablo de movilidad estudiantil porque por allí pasa la dimensión práctica del conocimiento, en este mundo cada día más interconectado a nivel global. Y en esta óptica, no es tan importante que una familia colombiana pueda ir a sacar fotos a las palomas de Venecia (aunque es, debería ser, un derecho fundamental poder hacerlo), como la posibilidad, para sus jóvenes estudiantes, de confrontarse con sus colegas de todo el mundo, aprendiendo nuevos idiomas y planeando una visión internacional de la Colombia que vendrá.

Por esto, sería interesante preguntarle a los varios candidatos, sobre todo a los que enfocan sus propuestas sobre una (necesaria) (r)evolución educativa, qué tienen planeado para la movilidad de los estudiantes colombianos. La diplomacia internacional se juega desde los cuartos de poder de los Ministerios, y Colombia tiene la facultad, el derecho y el deber de exigir un trato más elástico para su excelencia académica. Es evidente que el gobierno actual no hizo nada, en este sentido, para proteger la dignidad internacional de sus ciudadanos, y difícilmente algo cambiará, si se decide seguir por la línea de las carabinas. Además, hay que reconocer que seguir escuchando el nombre de Colombia relacionado a problemas de narcotráfico, de paramilitarismo, de falsos positivos no ayuda para nada a las democracias extranjeras a reconsiderar sus limitaciones fronterizas a los pasaportes colombianos.

Hace veinte años, Europa decidió impulsar masivamente el programa de movilidad estudiantil Erasmus, para crear un pueblo único desde una perspectiva a largo plazo, planteando la Unión del futuro sobre sus jóvenes, y hoy en día recoge los frutos de su proyecto visionario. Colombia tiene el deber de mejorar todas sus relaciones, y no solamente con Estados Unidos y Europa, sino también con todos los demás países latinoamericanos, empezando por los vecinos naturales, Ecuador y Venezuela. Y sería bueno – y lógico – hacerlo a través de los ateneos, impulsando el contacto entre sus jóvenes. También de esto se trata, cuando se habla de educación.

El 30 de mayo, los ciudadanos estarán frente a una decisión fundamental para su futuro a mediano-largo plazo. Tendrán la posibilidad de abrir con un empujón ejemplar la puerta hacia el  siglo XXI, o podrán decidir quedarse definitivamente entre fusiles y machetes, en el siglo XIX.

Hipocresìas de allà


15 Apr

“Dejo todo a la mierda y voy a vivir al Caribe”.

Facil.

Siempre lo dicen, en las pausas cafés de las 10 de la manana, los empleados de las grises oficinas de allà.

No consideran el aire del mar que quema computadores y televisiones. La arena constante, en el pavimiento. El azucar cerrado en la nevera, las hormigas que salen de quien sabe donde. Salsa a las siete y cuarenta y cinco del sabado por la manana en la ventana sin vidrios de los vecinos. Mosquitos armados de dengue. Luz electrica precaria, que sufre cada vez que la nevera se prende. El agua en bolsas de cinco litros. Un ejercito de evangelicos, peligrosos como los mosquitos dengueros, pegadas a las puertas del Inconvertible. La jodida dificultad de dejar de verdad el asì llamado “todo”, y buscar el Caribe.

Aquel paìs


13 Apr

Una de las primeras novelas que leì en espanol era un librito de Antonio Ungar. Se llamaba “Zanahorias Voladoras”, y para mi no signifaba nada màs que entrar a ojear que hay de bueno en la literatura de un país bastante novelesco, asì cargado de cualquier clase de intensidad, como es Colombia. Màs allà de la Obra Maestra De La Patria Literatura, no cabe recordarlo.

Lo que acuerdo de este libro, el relato novelado de un inmigrante colombiano en Barcelona, es el concepto de Aquel Paìs. Asì llamaba a su tierra el joven treintañero bogotano que vivìa sobre su piel – o alma, o hígado – la maldición endémica de haber nacido en un lugar donde primordialmente “todo iba mal”.

A través de los meses, a través de los kilómetros, a través de Colombia, he conocido los ojos y las intimidades de estos jóvenes como el autor y como yo, estos amigos colombianos que me hacen preguntar “porquè les tiene que tocar tan dura”. Y he percibido, en estas interminables charlas musicalizadas por los distintos acentos de sus regiones, la presencia constante del “si solo pudiéramos”, escondido entre las palabras. Si solo pudiéramos hacer lo que sentimos que  hay que  hacer.  Si solo pudiéramos creer que vale la pena. Si solo pudiéramos fracasar. Si solo pudiéramos salir, llenar nuestro balde de agua y regresar en estos atardeceres tropicales, si pudiéramos trabajar para nuestra gente entre nuestra gente, si pudiéramos dejar de rescatarnos dos años de juventud engordando de corrupción a los militares, si pudiéramos quitarnos de las espaldas esta terrible palabra, “militar”. Colombianos ingenieros, músicos, periodistas, sonadores, directores de orquestas, profesores, estudiantes, jóvenes, jóvenes cincuentañeros en el desierto de la Tatacoa recorriendo el país con sus hijos adolescentes, “nosotros no podemos movernos y entonces conozcamos por lo menos a este país, porque sí hay que aprender a aprender”.

Ahora que mis días tropicales se agotan, me asombra positivamente percibir como la suma de todos estos “si pudiéramos” se están rápidamente convirtiendo en una masa de “sì podemos”, en  la calle como en las opiniones de la democracia 2.0, internet.

He conocido a amigos colombianos que visualizan claramente el  panorama frente  a sus ojos, tienen bien fija frente a sus ojos la “Y” que inevitablemente lleva por dos caminos geométricamente opuestos. Futuro, condena. Entusiasmo, fuga.

Una magnífica resurrección de esperanza colectiva, el milagro que parecía imposible, tan teorizado en las clases inútiles de las universidad, la evolución. Palabra complicada, siempre tan lejana en estas tierras. Léete Donde está la franja amarilla de William Ospina, si no me crees.

Pero también las cicatrices del alma son herencias endémica entre los amigos colombianos de mi generación, tienen en su genética la historia del 1948, la de Galán y la del último héroe nacional, la más despreciable de todas, porque no sé mata al arte. Tienen bien clara la ley de Macondo, el “aquí nada cambia” como una lección a la cual todo el mundo ya tuvo que rendirse.

Para ellos, una derrota de la Esperanza significaría la confirmación de lo que han aprendido sobre su piel, que esto es un país jodido y que la única posibilidad es la fuga, que ya no tiene arreglo y nunca lo tendrá. Significaría rendirse a la impresión de haber nacido del lado equivocado de la vaina, y continuar a hablar de Aquel País sin saber explicar realmente de que se trata, a la gente que no puede entender. Y confiesan amargos, mis amigos colombianos, como esta sea la apuesta que ellos –su futuro– le están poniendo en la cara a Colombia,  una última definitiva oportunidad a sus padres y a lo que no lograron arreglar, un ultimátum. La guerra y el tercermundismo de un lado y la educación y oportunidades para todos, del otro. Saben, han decidido que si no se escoge el camino de la lógica y del progreso cultural, no tendrá sentido dedicarse al servicio de lo que no se quiere lograr, sea como sea. Aunque toque la humillación de buscar los papeles de salida en un matrimonio ficticio, en un mundo donde hasta el papel higiénico vuela libre sobre los continentes. Y lo harían para dar un sentido a sus años (y su plata) de inversión universitaria, sin agigantar las listas de abogados taxistas. Siempre hay alguien interesado al talento, allá al norte. Cuando se trata de absorber valiosos profesionales huyentes, no importa el color de la piel.

Por esto, se tiene la sensación de vivir en un momento histórico, si se observa la Colombia de hoy desde una mirada independiente, ajena de cualquier lazo que no sea un profundo cariño hacia este país que de verdad es pasión. La Colombia de hoy está de frente a un millón de puertas que pueden finalmente abrirse frente a sus hijos, o cerrarse por siempre sobre el lugar “donde algún día nacimos, en Aquel País”.

Los elefantes de Neruda


09 Apr

Cuando Pablo Neruda viajó a Sri Lanka, en los lejanos años veinte de su experiencia diplomática chilena, se quedó anonadado cuando comprobó comprobando cómo los autóctonos domesticaban a los elefantes.  Observó que los paquidermos adiestrados por el hombre formaban un ancho círculos alrededor de sus similares libres, permitiendo al hombre de acercarse repentinamente y encadenarlos a los árboles cerca de los cuales estaban comiendo. Neruda, enemigo de la injusticia y de la estupidez, se preguntaba como es posible que un grupo de animal trabaje en contra de sus similares, para complacer los placeres de su enemigo, el hombre.

Pensaba en los elefantes de Neruda hace unos días, cuando llegué a mi oficina, en la Universidad. Frente a la puerta, en los pasillos, siempre hay una manada de estudiantes acostados en el suelo, que gozan del aire acondicionado para calmar el calor del mediodía. Este día, justo mientras buscaba la llave de la puerta, se acerca otro estudiante y les pide de levantarse, porque “según las nuevas leyes ya no se puede descansar en los pasillos”. Cuando los elefantes, perdón, estudiantes acostados preguntaron porqué otros amigos se molestaban en molestarles, estos últimos respondieron que trabajaban para el “bienestar universitario”, cualquier cosa esto signifique.

Ahora. Confieso que no me importa nada si la gente duerme en el suelo, o en las paredes, o sobre los árboles. Tampoco me importa saber porqué una entidad que se llama “bienestar” se pone la tarea de joder la vida a los demás, negando el sacro derecho de relajarse un momento rascándose la barriga, apoteosis suprema del “estar bien”. Lo que sí me gustaría saber, es cómo es posible que un estudiante de 18 años se ponga en el papel de joder a los demás, cual plata o papel o pasantía o justificación puede permitir el pisoteo de su propia dignidad, y sobretodo, porque el hombre, en sus 10.000 años de historia, no logró superar, en inteligencia, a un ser gigante que le tiene miedo a los ratones.

Diary of a Baltic Man

Real Eyes. Real Lies. Realize.


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